Por el equipo editorial En 2050, 1.600 millones de personas tendrán 65 años o más, y el 78% de ellas residirán en regiones menos desarrolladas. Muchas de ellas serán mujeres: en 2023, las mujeres ya constituían cerca del 56% de la población de 65 años o más. Este incremento demográfico resalta la necesidad urgente de abordar la discriminación y desigualdad a las que se enfrentan las personas mayores, especialmente las mujeres, como consecuencia de las desventajas acumuladas a lo largo de su vida.

Es urgente abordar el edadismo y la medicalización de los problemas sociales, que agravan las desigualdades de género y aumentan la vulnerabilidad social y económica de las mujeres mayores

En la encrucijada de la vulnerabilidad: ser una mujer mayor con escaso recursos económicos

Según el informe de ONU Mujeres y el DAES «El progreso en el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible: Panorama de género 2023«, las adultas mayores tienen más probabilidades de enviudar que los hombres adultos mayores, menos probabilidades de volver a contraer matrimonio y más probabilidades de vivir solas. Estas tres condiciones pueden empeorar la inseguridad económica en la vejez, una situación agravada por la discriminación en el acceso a recursos y apoyo.

Además, muchas  mujeres llegan a la vejez con escasos bienes y ahorros, y carecen de una pensión adecuada y de los beneficios de la protección social. Esto se debe a una mayor probabilidad de interrumpir una carrera, al empleo a tiempo parcial, ingresos más bajos y una mayor cantidad de tiempo dedicado a las tareas de los cuidados no remuneradas, asignadas y asumidas por mandatos de género.

Invisibilización de las mujeres mayores que consumen psicofármacos

Las mujeres son más propensas a consumir sustancias de prescripción legal, como los hipnosedantes, sobre todo las mujeres mayores. Las adultas mayores tienen una mayor prevalencia de enfermedades crónicas y mentales, en particular trastornos depresivos, que aumentan el riesgo de suicidio.

En los países donde se recogen datos epidemiológicos, como España – véase la encuesta anual sobre alcohol, drogas y otras dependencias en mayores de 64 años (ESDAM) – se constata que, si bien las mujeres consumen más hipnosedantes y analgésicos opiáceos sea cual sea su edad, esta diferencia se agrava de manera alarmante a partir de los 65 años, con una prevalencia de consumo dos veces superior.

Su fuente principal de obtención de los fármacos es el sistema de salud, lo que pone de manifiesto un claro problema de salud pública y un sesgo de género en las respuestas que se dan a las demandas sanitarias de esta población. Por ello, hay una necesidad urgente de desmedicalizar los cuerpos de las adultas mayores y dar respuestas integrales a las cuestiones que están afectando su salud.

Violencia de género y consumo de psicofármacos entre las mujeres mayores

Muchas de estas mujeres mayores sufren frecuentemente de violencia de género, además también se enfrentan a una menor independencia económica limitada y menos apoyos familiares. Cuando tienen adicciones a psicofármacos, tienen sentimientos de vergüenza y culpabilización por no ser capaces de cumplir el rol asignados por los mandatos de género. El resultado es mayor estigma, aislamiento y retrasos en la búsqueda de tratamiento.

La evidencia y la literatura científica indican la importancia de abordar la violencia hacia las mujeres mayores desde dos perspectivas, la violencia de género y la violencia hacia las personas mayores

Además, los servicios para prevenir y responder a la violencia a menudo se enfocan en las adolescentes y mujeres en edad reproductiva, dejando a las de mayor edad fuera del alcance y de la vista de los prestadores de servicios de salud y de otra índole. Además, el uso de psicofármacos hipnóticos anula la capacidad de reacción de las mujeres de las violencias que pueden estar viviendo, incrementando el riesgo y a su vez siendo más difícil para los profesionales de los servicios para detectar estas situaciones y actuar diligentemente.

Ojos de una muyer mayor

Aunque a menudo se percibe como un problema de los jóvenes, la violencia afecta comúnmente a los y las adultos/as mayores, especialmente a las mujeres, un segmento de la población en rápido crecimiento – Photo by Glen Hodson on Unsplash

El consumo de psicofármacos por las mujeres mayores y su impacto desproporcionado en ellas es un problema clave de salud pública. Las adicciones forman parte de la vida de las mujeres mayores, dejemos de invisibilizarlas y empecemos a trabajar para dar las respuestas adecuadas a esta etapa de la vida.

Este grupo es más propenso a recibir prescripciones para medicamentos psicotrópicos, lo que puede llevar a adicciones y otros problemas de salud e incluso a enmascarar situaciones de abusos y violencias cronificándolas. Es crucial desarrollar políticas que ofrezcan alternativas a los psicofármacos, como abordajes integrales que tengan en cuenta la situación social, económica, la violencia de género.

El acceso a la salud es un derecho fundamental que no se garantiza equitativamente para todas las mujeres. Las barreras incluyen desde la falta de transporte hasta la discriminación directa por parte de los proveedores de servicios de salud. Mejorar el acceso a la salud para las mujeres mayores no solo aborda la salud y el bienestar (ODS 3), sino que también promueve la igualdad de género (ODS 5) y reduce las desigualdades (ODS 10).

Abordar la desigualdad que enfrentan las mujeres mayores requiere un compromiso continuo y concertado por parte de gobiernos, comunidades y organizaciones internacionales, así como la sociedad civil organizada. Solo así podremos garantizar una vida digna y saludable para todas las mujeres, independientemente de su edad.