Por el equipo editorial – El 10 de octubre de cada año, el Día Mundial de la Salud Mental se dedica a educar y sensibilizar a la opinión pública sobre los trastornos mentales y las personas que los padecen. En 2023, el día se centró en la salud mental como derecho humano esencial. Este año, la Organización Mundial de la Salud y sus socios quieren destacar el vínculo esencial entre la salud mental y el lugar de trabajo.
Una situación que empeora
Desde hace más de dos décadas, la situación de la salud mental ha empeorado en muchos países del mundo, especialmente entre los y las adolescentes. Mientras que en las últimas décadas se han producido avances significativos en la salud física de los jóvenes de todo el mundo, en gran parte gracias a la lucha contra las enfermedades infecciosas, ha ocurrido lo contrario en lo que respecta a la salud mental. Según un informe publicado recientemente por la revista científica «The Lancet Psychiatry«, la salud mental de adolescentes y adultos jóvenes está en declive.
Datos de todo el mundo muestran un preocupante deterioro de la salud mental de la juventud, con un aumento de las tasas de depresión, ansiedad y malestar psicológico en general. El suicidio es la primera causa de muerte no natural en Europa en personas entre 18 y 35 años.
Esta situación está vinculada en gran medida a una serie de megatendencias mundiales muy perjudiciales para los jóvenes, como la inseguridad laboral, la ansiedad por el cambio climático, la desigualdad económica, la falta de regulación de las redes sociales, por no hablar de los conflictos armados que cada vez envuelven más al mundo. Todos estos factores dibujan un panorama sombrío del presente y el futuro de la generación más joven.
Como se suele destacar, la adolescencia es un periodo crítico de la vida, una época crucial de cambio biopsicosocial. Es el momento de descubrir nuevos grupos de amigos y amigas y de rebelarse contra los padres y la autoridad. También es una época en la que los factores del entorno, como la dinámica familiar, las amistades y las interacciones sociales, la educación y el empleo, pueden tener efectos poderosos y duraderos en el bienestar y el desarrollo de los y las jóvenes. Como corolario, también es una época de presión de grupo y de experimentación. Ante las dificultades que sienten, muchos adolescentes recurren al consumo de drogas en un intento de aliviar la ansiedad que sienten, es decir, como una estrategia de afrontamiento a una cuestión estructural.
Dificultades económicas, ansiedad ecológica y autoimagen
Aunque los medios de comunicación tienden a centrarse en las posibles consecuencias negativas de las redes sociales y el tiempo frente a la pantalla, los factores económicos y medioambientales también desempeñan un papel importante en el deterioro de la salud mental de los jóvenes.
Las tendencias económicas de las dos últimas décadas han contribuido a problemas como el aumento de la deuda estudiantil, las desigualdades de ingresos entre las generaciones de más edad y las más jóvenes y las dificultades para encontrar y mantener un empleo. Como consecuencia, la ansiedad financiera se ha convertido en un fenómeno común entre los jóvenes de muchos países.
La ansiedad ecológica también es un factor de estrés creciente. Se define como una forma de ansiedad vinculada a un sentimiento de impotencia frente a los problemas medioambientales contemporáneos, como el cambio climático, la destrucción de los ecosistemas, la proliferación de catástrofes naturales, etcétera. Muchos jóvenes observan el mundo que les rodea y, ante la suciedad de las ciudades y el campo, la contaminación que les rodea, el flujo constante de camiones que reparten bienes de consumo superfluos, se sienten enfadados, impotentes y temerosos ante el futuro.
Por último, sin olvidar la importante dimensión de género en las cuestiones de salud mental, hay otro ámbito que preocupa a las adolescentes que tienen que ver con la desigualdad de género en sus relaciones y la violencia estética. Muchas sienten una gran presión con respecto a su imagen, reforzada por los estereotipos y los mandatos de belleza que transmiten las redes sociales. Además de ponerlas a veces en peligro físico (ciberacoso), estos mandatos son un caldo de cultivo para problemas de salud mental como la depresión, la ansiedad, los trastornos alimentarios, y la violencia sexual.
Afrontar el problema
La salud mental no es simplemente un problema individual que hay que tratar cuando una persona se ve afectada. Si queremos atajar eficazmente la crisis que se ha instalado en muchas sociedades, es esencial abordar colectivamente las cuestiones medioambientales, sociales, políticas, económicas y tecnológicas que contribuyen a este malestar mental y emocional. Los determinantes sociales de la salud son la clave para revertir este proceso.
Es esencial que abordemos colectivamente las cuestiones medioambientales, sociales, políticas, económicas y tecnológicas que contribuyen a esta angustia mental y emocional.
Es importante, por supuesto, abordar las necesidades de salud mental de las personas de forma individual, pero cada vez más psiquiatras y otros profesionales de la salud mental reconocen la importancia de dar un paso atrás para considerar toda la gama de problemas que afectan a las personas, incluidas las desigualdades de ingresos, el racismo, las barreras para acceder a la atención de salud mental y todas las cuestiones interrelacionadas que contribuyen a sus dificultades.
Soluciones para el futuro
Es esencial invertir en intervención precoz, desarrollar nuevos tratamientos y nuevas formas de atender a las personas. También tenemos que luchar contra la estigmatización de las personas con problemas de salud mental. Tenemos que hablar entre nosotros, con los que nos rodean, para que todo el mundo pueda decir que no es vergonzoso sentirse mal.
También hay que revitalizar y revalorizar el sector profesional de la salud mental, que suele estar infradotado a nivel económico y de recursos humanos, convirtiendo la ayuda en salud mental una carrera de obstáculos hasta obtener atención. Hay que dedicar fondos públicos a promover la salud mental de los y las jóvenes, mejorar sus condiciones de vivienda y promover espacios de de oferta educativa asequible y de calidad.
Por último, hay que desarrollar servicios de salud mental adaptados a la personalidad de cada persona y capaces de tener en cuenta sus identidades culturales y de género, así como las dificultades cruzadas a las que se enfrentan, especialmente en términos de violencia de género, consumo de drogas, discriminación y racismo.
No se trata sólo de una cuestión de salud mental, sino del derecho fundamental a una vida plena lejos del sufrimiento.